Collags: Higorca |
¿Cómo olvidar aquella mañana? Mañana de dolor y angustia. Aún parece que el aire nos trae ese triste olor a muerte, a sangre, a gritos de desesperación, de rabia sin poder contener.
Nos parecía que aún estando desayunando, seguíamos soñando. Mientras las emisoras de radio daban la terrible noticia. Todo era un amasijo de hierros, los cristales habían estallado y por el suelo lo más terrorífico que uno se puede imaginar.
Los teléfonos se bloquearon. Los llantos era lo único que se podía oír a través de aquellos micrófonos que no daban a vasto de dar noticias, y, que al mismo tiempo a los comunicadores no les podía salir la voz de sus gargantas ante aquellas enormes visiones.
Nadie sabía de la autoría de aquel mal acontecer ¿quién había sido? Y… empezaron las idas y venidas de los comentarios sobre el hecho mientras unos pocos solamente pensábamos en aquellos pobres seres que se habían quedado en las vías, en mitad de aquel amasijo, o al estallido, habían salido disparados.
Madres, padres, hermanos, tíos y gente anónima que corrían de un lado para otro sin saber a ciencia cierta a dónde ir. Una cosa si era verdad, se necesitaba ayuda, moral y física, se necesitaba sangre en todos los hospitales para aquellos que aún estaban con vida.
Iban avisando a los familiares que corrían como locos de un hospital a otro. De un sitio a otro, sin noticias, sin saber ¿saber qué? ¡La dura realidad! habían caído de todas las edades, de todas las razas y de todos los países. Gente que había venido a España buscando un trozo de pan mejor que el que tenían en su país y que en menos de un segundo habían perdido la vida, o una pierna, o un brazo, o quizás aquellos más leves un ojo.
Y… los padres que sabían que su hijo o su hija iba en esos trenes camino de una Universidad o Instituto, o trabajo. La mayoría todavía no sabían lo que les había pasado y era la madrugada del día siguiente. Dolor y más dolor.
Así fueron pasando los días, que no fueron mejores. ¡Había que identificar!. Las familias esperaban todas juntas en un mismo lugar, no querían separarse, era como si eso las consolase, quizás una mirada de otra madre que estaba en el mismo caso, o aquel marido que esperaba noticias de esa mujer que había subido al tren con la mayor ilusión. Esa mirada les daba fuerzas para resistir sin dormir, sin apenas comer ¿para qué comer si el espíritu no necesita alimento sólido?
Cuando ya iban pasando las jornadas y cada uno de ellos conocía el fallecimiento del familiar, no mejoraba en nada la situación, ya no podían derrumbarse más, ya estaban rotos por fuera y por dentro. A lo mejor por fuera algún día llegarían a recomponerse, pero… ¿Quién podría restañar el dolor del interior? Ese nadie lo arregla por muchos años que pasen.
Ahora todo se va mitigando, han pasado unos años, pero ni tan siquiera aquellos que nadie teníamos en esos trenes hemos conseguido olvidarnos de esos malditos y dolorosos días.
11 de marzo, día de dolor por muerte de inocentes que nada tenían que ver en una historia ajena a todos nosotros. Asesinos a sueldo por mentes enajenadas que solamente saben sembrar el dolor y el pánico.
Higorca
Gracias por publicar, sensible homenaje has hecho. Cariños.
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